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Texto de la Exposición MÁQUINA DEL TIEMPO, Palais de Glace, Mayo de 2017. Buenos Aires, Argentina.

Por Tulio de Sagastizábal

La práctica del arte es un trabajo. Un trabajo peculiar, autónomo; a veces inconstante; temperamental, idiosincrático, equívoco, apasionado y obsesivo las más de las veces; conflictivo y asombroso, pero trabajo al fin. Quiero decir: dotado de exigencias, continuidad y regularidad variable siempre es trabajo. Es ir al taller a diario -o casi a diario- y trabajar.

Es tener buenas ideas, a veces pocas ideas, otras desbordar de ideas. Buenas ideas, ideas mediocres, algunas ideas. Y trabajar.

Vivir y vivir en el taller. La mitad de la vida, a veces más, a veces menos, pero acompañados día y noche, día tras día, año tras año por esa sombra, apegada y demandante.

(Recuerdo aquí la escena de salir un día al patio delantero de la casa de Tulio en Villa Allende y toparme, en el camino a su taller inmediato, con una serie de troncos de árboles caídos -¿eucaliptos, paraísos?- recogidos en los arlrededores: los recuerdo como imágenes de la promesa del ciclo continuo, inagotable).

El trabajo del arte se elige, y las razones siempre permanecen insondables. Pero la sospecha es que siempre somos mejores en nuestras obras. Lo real se impone, ya no hay dueños, pero somos eso. O sea: el trabajo del arte tiene este premio, lo hecho se nos devuelve como entidad.

Todo esto sabemos que puede acarrear una solemnidad aplastante, y quizás haya sido ese fantasma, el de una solemnidad mortuoria, lo que ha alentado toda una tradición rioplatense de echar mano al humor y la ironía como una constante en el quehacer, y gesto central en la construcción de las obras. Pienso en artistas como Molina Campos, Juan de Dios Mena o Antonio Seguí, por ejemplo.

El trabajo, el discurso y la sonrisa.

El humor es fuerte y permanente en la obra de Tulio Romano, pero corre paralelo a una incesante preocupación por la precisión y el refinamiento en la talla y el trato de los materiales. El dibujo de sus figuras es impecable. El tratamiento de la madera -sobre todo y casi siempre la madera- en sus diferentes aspectos y momentos siempre es precisa, delicada y muy apropiada al carácter de cada obra.

Tulio Romano sabe decir y sabe hacer, se esfuerza y parodia el esfuerzo a través de gimnastas que como alter egos persiguen lo indecible.

Se arriesga al color, y lo hace bien. El color en sus obras recuerda que la escultura también nació para ser pintada, o que ser pintada es una propiedad que le es afín.

Los colores en sus obras pierden superficialidad, nos dan la extraña sensación de que siempre estuvieron alli, que pertenecen al material, que eran obvios en sus sitios.

Así, lo cotidiano es tomado con ternura, la materia con esfuerzo y oficio, y el arte con la dignidad del que sabe lo que tiene entre manos.

Finalmente, confieso que cuesta mucho acompañar su quehacer con palabras, porque cuesta no resumir el empeño diciendo simplemente: Tulio Romano tiene una obra llena de maravillas.

Tulio de Sagastizábal, abril de 2017

 

English

The artwork of Tulio Romano

The practice of art is about work. An autonomous, peculiar, sometimes inconstant, temperamental, idiosyncratic, testy, passionate work, obsessive most of the times, conflicting and awesome. But in the end it is about work, marked with continuity, demands and variable periodicity. It is always work, going to the studio daily –or almost daily-, and work.

Having good ideas, sometimes just a few ideas, sometimes many ideas, and back to work.

Living, and living at the studio for half of a lifetime, sometimes more –sometimes less-, but always accompanied day and night, year after year by that shadow, attached and demanding.

I remember here a scene: coming out of Tulio’s studio in Villa Allende and bumping into fallen trees and trunks (eucalyptus? Chinaberry?) gathered from around the neighborhood, and I recall them as embodying the promise to continue the creative cycle, the endless, inexhaustible cycle.

Working on art is a choice, and the reasons for making that choice remains unfathomable. The conjecture is that as artists we are always at our best in our artwork. What is real commands attention, without heirs or keepers, and we are that work. Which is to say, working as an artist has this reward: what has been made returns to us as a living thing.

We all know that this may carry a crushing solemnity, and perhaps it could have been that ghost –of a sepulchral solemnity- what has incited the Rioplatense tradition to use humor and irony as a constant, a central gesture in the conception of artwork. Artists such as Molina Campos, Juan de Dios Mena and Antonio Segui come to mind.

The work, the discourse and the smile.

Humor is strong and permanent in the work of Tulio Romano, running alongside an incessant observation of precise details and refinement in the carving and use of materials. The draftsmanship of his figures is impeccable. His handling of wood, primarily and almost always wood, in its different aspects and tenors, is always precise, delicate and very appropriate to the character of each piece.

Tulio Romano knows what to say and how to say it, he struggles and parodies that struggle through his gymnasts, alter egos in search of the inexpressible.

He takes risks with color, and succeeds. The use of color in his work reminds us that sculpture can also be painted, or that paint as a quality is akin to shape.

The colors in his work loose superficiality, giving us the strange sensation that they have always been there, that they belong with the material, well placed where they are.

This way the habitual is seen with renewed tenderness, matter treated with craft and dedication, and the artwork displaying the dignity of what is well conceived.

Finally, I confess that it is hard to describe his work with words, because it is hard not to simplify my effort by simply saying: Tulio Romano’s work is filled with wonders.

Tulio de Sagastizabal, April of 2017

 

CARRERA, Galería Rubbers 2016. Catálogo digital

English

 

 

 

 

 

 

 

 

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Texto del catalogo de la muestra PANORÁMICA, Museo E. Caraffa, Córdoba, Julio-Agosto 2014.

Por Demian Orosz

Fuera de serie

A Tulio Romano nunca le gustó demasiado andar buscando títulos para sus obras. Es una tarea que ejecuta a medias entre la resignación y el desgano, cuando el trabajo está listo o falta muy poco, y de ese modo muchas de sus piezas logran hacerse con nombres que le conceden al espectador un hilo de relato, un principio del cuento allí donde el artista en verdad nunca deja de ver volúmenes, tensiones, equilibrios o fisuras que no tendrían por qué enredarse en una narración. Sin embargo, hay una altísima efectividad, un cruce en ocasiones perfecto entre materia y nombre. Quizás Tulio no sufre tanto poniendo títulos. O quizá debería pensarse que es un buen contador de historias a pesar suyo. Petiso delator (1985) y Romántico (1987), tallas en madera que abren esta “Panorámica”, son dos obras bien tempranas que incorporan toques y zonas de color que delatan los inicios del artista como pintor. Todavía no están ejecutando proezas físicas ni están congeladas en el esfuerzo que le otorga un grado de comicidad a las aventuras humanas, dos elementos que caracterizarán a buena parte de sus personajes, pero ambas piezas revelan ya algunos componentes claves en el ADN escultórico que impulsó una larga etapa de su producción: la resolución cruda, que deja que la mirada se trabe en las rugosidades o se caiga en una grieta (de modo que el ilusionismo no pueda ser perfecto y deba medirse con el material que le dice: no olvides que esto es un pedazo de madera), y la recurrente aparición de la figura humana plasmada en monigotes que recuerdan a los juguetes de madera o los muñecos que absorbieron nuestras primeras emociones. Pero eso es apenas el comienzo. Con rasgos bien firmes, como un humor irremediablemente sutil, el guiño a la inteligencia sin alardes, truculencias ni provocaciones, así como el absurdo elegante y un dramatismo presente pero en general desactivado por una pizca de ridículo, la obra de Tulio Romano se ha mostrado polisémica, mutante, sometida a metamorfosis siempre simpáticas. Lo que en algún momento pudo haber parecido un lenguaje completo y un repertorio ya establecido (atletas, luchadores, corredores, seres comprometidos en acciones bellas e inútiles) proliferó con una frescura inaudita y progresó mediante caprichos hasta llegar a piezas en estado de gracia como Lombriz (2003) y Remolino (2003), dos demostraciones de que es posible dibujar en el aire. Quizá es la ausencia rotunda de series, la construcción de obra pieza por pieza, lo que le permite a Tulio Romano moverse con tanta libertad desde figuras que aprovechan la fuerza expresiva de las tallas primitivas hasta obras de factura minimalista. Y lograr síntesis asombrosas. Dormido (2007), por ejemplo, es una talla y ensamble de formas puras, limpias, que podría ilustrar un tratado zen sobre los principios del equilibrio imposible y que al mismo tiempo comunica una ternura que desarma y hasta provoca reflejos corporales: el de imitarla en una manera de reposo tan perfecta o el de hablar en voz baja para que no despierte lo que sea que duerme en esa criatura de madera.

TULIO ROMANO texto de la muestra Panorámica, Museo E. Caraffa, Córdoba.

por Julia Oliva

La muestra Panorámica, de Tulio Romano,  ofrece un interesante espectro que recorre su obra escultórica desde 1985 hasta la actualidad. En ella se percibe un trabajo sostenido en relación a la materia, al lenguaje y a una recurrente exploración de algunos tópicos expresivos. Con la madera como vehículo principal, Romano incursiona en sus múltiples posibilidades expresivas a través de  la talla, el ensamble, la mixtura con otros objetos y materiales y el uso del color a través de diferentes procesos. Su escultura transita desde un marcado expresionismo, signado por la combinación de materiales, objetos y formas  en anatomías de proporciones caprichosas y satirizadas,  a una depuración formal, síntesis de planos y repeticiones rítmicas que tienden por momentos a una suerte de retórica minimalista, para adentrarse nuevamente en la sensualidad de volúmenes redondos y líneas orgánicas que configuran la estructura de la materia sin solución de continuidad y producen la ilusión imposible de una madera modelada. Expresionismo, síntesis, ritmo, aristas potentes y grávidas curvas, aparecen una y otra vez a lo largo de su trayectoria, en la que la figura humana recodificada en clave humorística o tragicómica, entre la inminencia de la acción y la agonía del equilibrio, aborda el espacio de modos no convencionales, abandonando el anclaje estático, ortogonal; tradicional de la escultura,  incorporando, en la tensión permanente entre diagonales y entre lo aéreo y lo grave, una potente expresividad.

 

Texto del catalogo de la muestra  TULIO ROMANO/esculturas Centro Municipal de Cultura;  Santa Rosa, La Pampa. Agosto 2012

Por Raúl Fernández Olivi, Escultor

Conocí a Tulio en el año 1993, en el marco del Encuentro Nacional de Escultores de Villa Allende, Córdoba. Desde ese tiempo hasta el presente sigo con mucho interés su obra. Recuerdo muy bien la escultura  que estaba realizando: un niño estirando una gomera hacia el cielo. Mas allá de esa anécdota, me llamó la atención la rusticidad de la factura y el acento marcado en los lugares de interés, como así también la tensión de toda la figura puesta en esa línea casi vertical de la gomera que representaba la acción, el móvil de la composición. Como Tulio es de Villa Allende ofició de anfitrión y nos invitó a un grupo a visitar su taller. Y claro, ahí estaba la magia de este hechicero contemporáneo que se vale de muy pocos elementos para realizar su obra: Trabaja casi exclusivamente en madera. Sus personajes evocan situaciones gimnásticas, acrobáticas captadas en el momento justo de su acción, ya sea cuando un pie apoya firme en el suelo, o cuando se dispone a saltar: ese momento en que los músculos se tensan y configuran toda la estructura de la figura, combinando más rectas que curvas. Sus personajes parecen detenidos en un momento justo, entre el comienzo de una acción o cuando ésta ya concluyó, manifestando asombro, otras veces un humor irreverente. El coleccionista y critico de arte Edward Shaw, definió perfectamente este concepto sobre su obra, al manifestar:…”Logra intensificar la sensación de tensión y perpetuar una situación de efímero equilibrio en una obra que a la vez impacta e invita al espectador a alegrarse.” Casi toda su obra, digo esto porque las de la última etapa tienen un acercamiento importante hacia una síntesis formal sin dejar que desaparezca el objeto como tal, está signada por la presencia del  hombre como el principal protagonista y habla de él como alguien que no llega a concretar sus metas y esa dinámica es la que anima sus personajes y los hace únicos. El humor, siempre el humor teñido de cierta ironía, que desacraliza a sus personajes, que por lo general estamos acostumbrados a endiosar. Debo confesar que desde el primer momento que entré en contacto con su obra fue mi deseo secreto  traerla a La Pampa…. y acá está, para disfrutar a uno de los escultores mas importantes del arte argentino contemporáneo, que ha hecho escuela y sigue aferrado a su impecable oficio.

  Conheci Tulio no ano 1993, no Encontro Nacional de Escultores de Villa Allende, Córdoba. Desde esse momento até o presente sigo com muito interesse sua obra. Lembro muito bem a escultura que estava realizando: um menino esticando uma atiradeira ao céu. Além dessa anedota, me chamou a atenção tanto a rusticidade da feitura e o acento marcado nos lugares de interesse, como também a tensão da figura toda colocada nessa linha quase vertical da atiradeira que representava a ação, o móvel da composição. Como Tulio é de Villa Allende foi o anfitrião e nos convidou para visitar sua oficina. E claro, aí estava a magia desse feiticeiro contemporâneo que se vale de muito poucos elementos para realizar sua obra: trabalha quase exclusivamente com  madeira.  Seus personagens evocam situações ginásticas, acrobáticas, captadas no momento justo da ação, seja quando um pé apoia firme no chão, seja quando se dispõe a saltar: esse momento em que os músculos se tensam e configuram a estrutura toda da figura, combinando mais retas do que curvas. Seus personagens parecem detidos em um momento justo, entre o começo de uma ação ou quando ela já concluiu, manifestando surpresa, outras vezes humor irreverente. O colecionista e crítico de arte Edward Shaw definiu perfeitamente esse conceito sobre sua obra, ao manifestar: “…Consegue intensificar a sensação de tensão e perpetuar uma situação de efêmero equilíbrio em uma obra que impacta  ao tempo que convida o espectador a se alegrar.” Quase toda sua obra, digo isto porque as da última etapa têm uma proximidade importante com  uma síntese formal sem deixar que o objeto desapareça como tal, é caracterizada pela presença do homem como o principal protagonista e fala dele como alguém que não alcança a concretar seus objetivos, essa é a dinâmica  que anima seus personagens  fazendo-os únicos. O humor, sempre o humor tingido de certa ironia, que desacraliza seus personagens, quem geralmente costumamos a endeusar. Devo confessar que desde o primeiro momento que entrei em contato com sua obra foi o meu desejo trazê-la a La Pampa… e aqui está, para desfrutar a um dos escultores mais importantes da arte argentina contemporânea, que tem feito escola e continua aferrado a seu ofício impecável.

                                                                                               
Tulio Romano: Learned Innocence, Sculpture Magazine, Marzo 2003

By Ricardo Pau-Llosa 

According to current dogma, the pendulum that marks one generation’s civilization from another swung away from individuality to collectivity a quarter century ago. There, in the quaint distance, we abandoned the travails and angst of personality, nerves, and all. Sharing the Enlightenment’s elevation of what is public, we deal with issues not virtues. The artist-commentators of the present Enlightenment tune their instruments on social causality, swooned by Leviathan’s muse. Tulio Romano is a sculptor from Córdoba, Argentina, who mocks the pendulum swath and whose work insists culture does not supersede itself by quirks of fashion. Instead, culture matures ideas and broadens the language by which it articulates them. At first glance, Romano’s toy-like sculptures seem supremely the gift of this time. This is camouflage. The crafted coarseness boats a nobler legacy-from Joaquín Torres García to Marisol. And the conception of the human figure as a wooden gadget on the brink of absurdity bows to existentialism, Surrealism, and other Modernist surgeries of the unspirited self. Romano’s wit, though not his style, has a compatriot predecessor, Líbero Badii (1916-2001), whose totemic figures in poly-chromed wood, realized in the ‘60s and ‘70s, parody social, mechanistic conceptions of man. Romano’s acrid humor is intelligent without being ensnared in gloom. His contorted acrobatic figures feel like de Chirico’s mannequins or Torres García’s Universal Man taking a break to play some basketball. Like rough hewn three-dimensional comic figures, they make wood resemble chewing gum, Play-Doh, or clay, but Romano’s humor is untainted by mere effect. Te dual role played by time in the definition and dissolution of the self lies at the center of Romano’s humor. We have no choice but to constantly witness time’s passage within us and around us. Romano creates emergency representations of actions that define the self, carved in a manner that evokes the artless velocity of sign-making at its dawn. However, these figures are caught at modern game, sport, exercise, and daredevilry-actions undertaken to improve the flesh or delight in it. They also mark its diminishing returns. Romano heightens the lucid awkwardness of the figure at play that ironically conjures the bulky silence of the body at death. In the middle is the figure at daily task and rest, the familiar postures of identity free from the pressure of time. Nowhere are Romano’s figures launched against a backdrop of social or historical drama. There is no hint of the great themes of planet, struggle, gender, freedom and power. These sculptures are epic-proof. The acrobat dangling from the swing by his bent knees an peering in to the TV set he holds beneath him like a trapeze partner is more a complex spoof on Narcissus than a comment on the evils of media immersion. And while epic horizons do not in themselves imperil art, Romano proves that a sculptor can reflect on the human condition in essential,non-journalist terms. No one will have to footnote images of this work for future viewers or provide text panels to fill in the contemporaries on the “context” of his installation. For all their formal and textural subtlety, Romano is not interested in abstraction, form, and the rigors of purified vision. Indeed, is refined humor about the precarious act of being usually includes sub-textual parodies of abstractionism. He represents reductivism as rhetoric – precisely what movements such as Cubism, Constructivism, and Minimalism insisted on getting away from. Romano’s Worm, for example, units a series of rounded segments, the first (or last?) one of which has facial features. The dual references to a worm and the human face interface human/animal deities of antiquity and folklore and comically allude to Kafka, while subordinating formal patterning to reference. Roll likewise takes the cylinder and the spiral away from their transcendental chores by dint of irregularity and coarse texture. In Spanish, rollo is also a colloquial metaphor for “mess” or “entanglement”, a theme that pervades Romano’s view of the absurdity engaged human figure. Often the head is separated or expressed in radically different terms from the rest of the figure, a way of expressing the inherent discontinuity between our so-called higher faculties and the conditions of finite, cumber-some life. The undulant pale sheet of the body of Bufón does a clownish handstand. From the base of the neck pours a tongue in full spectrum colors. Burnt consists of a singed wooden head pierced from ear to ear by a cooper cord from which it hangs suspended by parallel beams, dangling like an ironic jewel or toy in space.

Tulio Romano: Inocencia aprendida 

Por Ricardo Pau-Llosa

Según el dogma actual, el péndulo que marca la civilización de una generación a otra, osciló de la individualidad a la colectividad hace un cuarto de siglo. Allí, en la singular distancia, abandonamos los trabajos y la angustia de la personalidad, nervios y demás. Al compartir con la Iluminación la elevación de lo que es público, lidiamos con problemas, no con virtudes. Los artistas-comentaristas del actual Iluminismo afinan sus instrumentos en la causalidad social, embelesados por la musa del Leviatán. Tulio Romano es un escultor de Córdoba, Argentina, que se burla del recorrido del péndulo , y cuyo trabajo insiste en que la cultura no se reemplaza a sí misma por las particularidades de la moda. En cambio, la cultura madura ideas y amplía el lenguaje con que las articula. A primera vista, las esculturas como de juguete de Romano parecen perfectamente el don de estos tiempos. Es camuflaje. La trabajada aspereza acarrea un legado más noble- de Joaquín Torres García hasta Marisol. Y la concepción de la figura humana como un gadget de madera en el umbral de lo absurdo se inclina hacia el existencialismo, surrealismo, y otras operaciones modernistas de lo inanimado. La inteligencia de Romano, aunque no en el mismo estilo, tiene como predecesor a su compatriota Líbero Badii (1916-2001), cuyas totémicas figuras en madera policromada realizadas en los 60 y 70, parodian las concepciones sociales mecanísticas del hombre. El humor caústico de Romano es inteligente sin caer en la melancolía. Sus contorsionadas figuras acrobáticas parecen modelos de De Chirico o el Hombre Universal de Torres García tomando un descanso para jugar al básquet. Como si fueran figuras cómicas tridimensionales, rústicamente talladas, hacen que la madera parezca goma de mascar, Play-Do [plastilina] o arcilla, pero el humor de Romano está libre de mero efecto. El doble rol que juega el tiempo en la definición y la disolución del yo se encuentra en el centro del humor de Romano. No nos queda más opción que ser testigos del paso del tiempo constantemente, dentro y alrededor nuestro. Romano crea representaciones de emergencia de las acciones que definen el yo, talladas de una manera que evoca la tosca velocidad de la confección de signos en sus comienzos. Sin embargo, estas figuras son atrapadas en el juego moderno, el deporte, el ejercicio, y en las acciones temerarias emprendidas para mejorar la carne o deleitarse en ella. También  señalan su rendimiento decreciente. Romano ensalza la lúcida incomodidad de la figura en movimiento, mientras que irónicamente conjura el voluminoso silencio del cuerpo en la muerte. En el medio se encuentra la figura en el quehacer cotidiano y en el reposo, las posturas familiares de la identidad, libres de la presión del tiempo. Las figuras de Romano no están orientadas hacia ningún trasfondo de drama social o histórico. No hay indicio de los grandes temas del planeta, lucha, género, libertad y poder. Estas esculturas son a prueba de épica. El acróbata colgado del columpio con las rodillas dobladas y mirando la TV que sostiene debajo de él como si fuera un compañero de trapecio, es más una compleja burla sobre Narciso que un comentario sobre los males de la inmersión de los medios. Y aunque los horizontes épicos en sí mismos no ponen en riesgo al arte, Romano demuestra que un escultor puede reflexionar sobre la condición humana en términos esenciales, no periodísticos. Nadie tendrá que escribir notas al pie de las imágenes de su trabajo para futuros espectadores o brindar paneles de texto para ubicar a los contemporáneos en el “contexto” de su instalación. A pesar de las sutilezas formales y texturales, Romano no se interesa por la abstracción, la forma y los rigores de la visión purificada. Representa el reductivismo como retórica, precisamente de lo que movimientos como el cubismo, constructivismo y minimalismo insistieron en alejarse. La Lombriz de Romano, por ejemplo, comprende una serie de segmentos redondeados, el primero (¿o último?) de los cuales tiene rasgos faciales. Las referencias duales a una lombriz y el rostro humano, enfrenta deidades zoomórficas de la antigüedad y el folklore y alude cómicamente a Kafka, subordinando los patrones formales a la referencia. De la misma manera, Rollo, les quita al cilindro y la espiral sus tareas trascendentales a fuerza de irregularidad y textura áspera. En Español, “rollo” es también una metáfora coloquial de “desorden” o “enredo”, un tema que impregna la visión de Romano acerca la absurdidad en que se involucra la figura humana. A menudo la cabeza está separada o expresada de manera radicalmente diferente con respecto al resto de la figura, una forma de plasmar la inherente discontinuidad entre nuestras supuestas facultades superiores las condiciones de la vida finita, pesada. La ondulante y pálida superficie del cuerpo de Bufón hace una vertical payasesca. Desde la base del cuello se derrama una lengua en todo el espectro de los colores. Quemado consiste en una cabeza de madera chamuscada perforada de oreja a oreja por un cable de cobre del que cuelga suspendida por vigas paralelas, pendiendo como una joya irónica o un juguete en el espacio. Al margen de las ilusiones trascendentales de algunas teorías y estilo artísticos, Romano también parodia otras búsquedas de trascendencia: Buda se sienta en meditación, con un foco oscuro como cabeza. Y Romano también subvierte la teatralidad del aprendizaje: un rostro con manos listas para agarrar sobresale de un pizarrón en un caballete, amordazado con una raja de madera. Pero Romano sobre todo crea, con claridad pictórica, tallados símbolos del cuerpo actuando su comedia de escasos deleites y mejora personal. Como si no hubiera respiro para la reflexión en el yo, y no existiera la reflexión sin mucha risa.

TULIO ROMANO El Juego del equilibrio

por Miguel A. Sirgado

EL Nuevo Herald, Miami, Julio 2002

La referencia a la figura humana en la obra de Tulio Romano adquiere dimensiones físicas y psicológicas que sobrepasan el icono mismo. Su extraordinaria habilidad como tallador y, de hecho su manera innovadora de aproximarse al contenido a través de una forma seductora, colocan a este artista argentino en una posición estética privilegiada. Con sus manos y herramientas, Romano ofrece una noción de contemporaneidad de tono caricaturesco, cuya característica principal descansa en el uso complejo y a la vez económico de sus medios y su especial e irreverente manipulación del humor, soterrado, pero inteligente. Su muestra titulada simplemente Esculturas está expuesta en la Galería Diana Lowenstein, de Coral Gables, hasta finales de este mes y recoge una serie de mas de diez piezas que – parafraseando al crítico Edward Shaw – van mas allá del mero tributo porque, aún cuando sus figuras están talladas en la madera con mas ángulos que curvas, el resultado ofrece una suavidad que tiene mas que ver con la ternura que con la omnipotencia. Y es que su maestría al intervenir en la madera radica en el establecimiento de un delicado juego con la síntesis. El artista logra transformar una rama de un árbol en un acróbata, un pedazo de madera común en un atleta con una alegría y desenfado de visos casi infantiles. Romano, que ha expuesto en diferentes ciudades de Europa, América Latina y Estados Unidos, nació en la provincia de Córdoba, Argentina, en 1960, y se graduó en la Escuela Provincial d Bellas Artes Figueroa Alcorta. En el transcurso de su carrera artística ha obtenido importantes becas y reconocimientos que le han asegurado una presencia de peso en el panorama artístico argentino contemporáneo. El discurso de sus figuras-objeto tiene el don de la delicadeza que se encuentra a ratos en la aparente ingenuidad detrás de las piezas de madera y plywood Charles y Ray Eames. Para Romano, como para estos dos genios del diseño contemporáneo, la aproximación al arte tiene un carácter francamente hedonista y, porque no, caprichoso, en el en el que se combinan el conocimiento superlativo de la técnica de ejecución con un agudo sentido y discernimiento por la forma y el color. Las piezas de este escultor juegan con el equilibrio y la tensión al tiempo que mantienen una línea de significado simple y directa: un gimnasta, un atleta, un gusano con cara de hombre. A primera vista sus acabados pueden parecer toscos o rústicos. Sin embargo, Romano les adjudica un nuevo nivel de lectura a partir del uso de refinados acentos de color o la intervención ingeniosa de algún material diferente, que marca un hito en la construcción. A través de sus tallas, el artista muestra las diversas posibilidades técnicas que la madera ofrece como material y elabora volúmenes y “estructuras” que se disponen de manera natural, abordando el espacio en toda su dimensión y estableciendo un diálogo en el que se dejan escapar aspectos sociológicos de su praxis. En su registro de la realidad-que devela mucho de cinismo y sorna-Romano apela al espacio poético que se crea entre un elemento de la naturaleza y su reinterpretación artística. Alterando su “realidad”, el artista establece una nueva historia estructurada sobre la base de códigos intangibles que van cobrando forma en el espacio mientras dibujan su tránsito por lo reconocible, por lo material y duradero.

Tulio Romano: O jogo do equilíbrio

A referência à figura humana na obra de Tulio Romano adquire dimensões físicas e psicológicas que ultrapassam o ícone mesmo. Sua extraordinária habilidade como talhador e, de fato sua maneira inovadora de se aproximar do conteúdo através de uma forma sedutora, colocam este artista argentino em uma posição estética privilegiada. Com suas mãos e ferramentas, Romano oferece uma noção da contemporaneidade de tom caricaturesco, cuja característica principal descansa no uso complexo e ao mesmo tempo econômico de seus meios e sua especial e irreverente manipulação do humor, soterrado mas inteligente. Sua mostra titulada simplesmente Esculturas está exposta na galeria Diana Lowenstein, de Coral Gables, até fins deste mês e recolhe uma série de mais de dez peças que -parafraseando o crítico Edward Shaw-, vão além do mero tributo porque, ainda quando suas figuras estão talhadas na madeira com mais ângulos do que curvas, o resultado oferece uma maciez que tem mais a ver com a ternura que com a onipotência. E é que sua mestria ao intervir na madeira radica no estabelecimento de um delicado jogo de síntese. O artista consegue transformar um galho de uma árvore em um acrobata, um pedaço de madeira comum em um atleta com uma alegria e um desenfado de visos quase infantis. Romano, que expôs em diferentes cidades da Europa, América Latina e Estados Unidos, nasceu na província de Córdoba, Argentina, em 1960, e se formou na Escuela Provincial de Bellas Artes Figueroa Alcorta. No decurso de sua carreira artística obteve importantes bolsas e reconhecimentos que lhe asseguraram uma presença importante no panorama artístico argentino contemporâneo. O discurso de suas figuras-objeto tem o dom da delicadeza que se encontra às vezes na aparente ingenuidade por trás das peças de madeira e playwood Charles e Ray Eames. Para Romano, como para estes dois gênios do design contemporâneo, a aproximação da arte tem um caráter francamente hedonista e, por que não, caprichoso, no qual se combinam o conhecimento superlativo da técnica de execução com um agudo sentido e discernimento da forma e da cor. As peças deste escultor brincam com o equilíbrio e a tensão enquanto mantêm uma linha de significado simples e direta: um ginasta, um atleta, um verme com rosto de homem. À primeira vista, seus acabados podem parecer toscos ou rústicos. Porém, Romano lhes adjudica um novo nível de leitura a partir do uso de refinados acentos de cor ou da intervenção engenhosa de algum material diferente, colocando um marco na construção. Através de suas talhas, o artista mostra as diversas possibilidades técnicas que a madeira oferece como material e elabora volumes e “estruturas” que se dispõem de maneira natural, abordando o espaço em toda sua dimensão e estabelecendo um diálogo no qual escapam aspectos sociológicos de sua práxis. No seu registro da realidade -que revela muito de cinismo e ironia- Romano apela ao espaço poético que é criado entre um elemento da natureza e sua reinterpretação artística. Alterando sua realidade, o artista estabelece uma nova história estruturada na base de códigos intangíveis que vão adquirindo forma no espaço enquanto desenham seu trânsito pelo reconhecível, pelo material e duradouro.

 

Texto del Catálogo de la muestra “Lugares Comunes”, Galería Diana Lowenstein fine Arts. Buenos Aires, Julio 1999.

EL HUMOR COMPLEJO DE TULIO ROMANO

por Ricardo Pau-Llosa

Tan profunda ha sido la influencia de la reducción modernista que, aun en la era de la cruda referencia socio – política en el arte, es difícil imaginarse un acercamiento a la imagen que no esté abrumada por la ironía. El reto principal para los escultores que crean obras referenciales no ha sido el regodearse en estas ironías – como es evidente en muchas obras efímeras o conceptuales (o ambas)- sino basarse en la inevitable fuerza de una imagen perduradora y, a la vez, acomodar la unidad de conceptos que han enriquecido nuestra percepción de sus sutilezas, y que no solo han servido para convertirla excesivamente problemática. Tulio Romano, artista poseedor de un talento extraordinario por la precisión y la vitalidad de la imagen, balancea una serie de preocupaciones y acercamientos. Su individual y profunda agudeza surge de este sentido del equilibrio precario y dinámico, y a menudo usa el propio balance como indicador temático de las fuerzas que conceptualmente mueven su arte.

                En la temática de Romano prevalece la figura humana, o mas precisamente, la imagen de la presencia humana en un teatro de fuerzas e ideas contrastantes. Lo que opera como el “escenario” en este teatro es el espacio propiamente, elemento primario que Romano utiliza de manera que va mas allá de la articulación de preocupaciones formales acerca de los espacios aledaños a la obra y cómo éstos sirven de contexto o marco. También su uso del espacio va mas allá del juego entre volúmenes y espacios negativos o abiertos. Pudiera decirse que el espacio invade estas piezas, – como lo hacen las leyes de la física -especialmente aquellas que rigen la gravedad. La presencia humana está representada por una noción clara y desconcertante que opera como premisa estética: estas leyes de la física presentan problemas inherentes a la identidad propiamente. Hasta el origen conceptual de la figura- a veces solamente la cabeza o algún otro fragmento de la anatomía  – parece ser una pregunta que incluye la integridad dramática de la figura y su relación al peso, equilibrio, elasticidad, o a la presión. Lo que hace de la integridad de la figura algo mas “dramático” es el hecho que está supuesta a representar mucho mas que a si misma como imagen, completa y distinguible de otras imágenes. A pesar de la originalidad apasionada como creador de formas, Romano no es solo – ni principalmente acaso – un formalista. Monta escenarios, digamos, en los cuales la figura es apresada en un momento de intensa expresividad, aunque lo que está siendo expresado no tiene nada que ver con los sentimientos personales – o reflexiones sobre un sentimiento – ni tiene nada que ver con la anécdota o ningún otro esquema referencial mas amplio (social, político, histórico). El espacio, la física, y por extensión el tiempo, y las presiones de éstas fuerzas sobre la identidad y la dignidad de la figura operan como símbolos, quizás como analogías, de todas las fuerzas que condicionan y, a fin de cuentas, determinan la identidad y la conciencia.

                Recientemente, el rol dramático del espacio y las leyes que gobiernan el comportamiento de la materia han generado en Romano obras de creciente sutileza y claridad. Precisamente el triunfo de éstas obras está indicado en parte por la aparente contradicción implícita en este paralelismo. Lo que es sutil no es siempre claro, ni en el lenguaje cotidiano ni en el arte. Pero Romano ha logrado esta paradoja feliz. Un hombre compuesto de pedazos crudos, simples, geométricos toma la forma de un arco entre dos construcciones de metal semejantes a taburetes empleados en un circo. El hombre mismo se ha convertido en la tarea que está realizando. Es el puente, el arco, entre dos estructuras idénticas de manera parecida pensamos en la identidad y la conciencia como conectores entre eventos, días, episodios en una vida. ¿Existe un denominador común que ofrece unidad a la identidad y a la experiencia? La pregunta que las esculturas de Romano plantean está enmarcada – lo que es decir, es contestada en parte – por la compleja interacción entre los segmentos opacos de la figura y las pautas que delinean los taburetes “vacíos” encima de los cuales el hombre se balancea sobre sus manos y pies. La pregunta queda encuadrada por el hecho que un “arco” humano es imposible dentro del contexto de un cuerpo real, dada la estructura de nuestras coyunturas. Las certezas pulidas de la continuidad personal, el equilibrio, y la integridad entre puntos de referencia en el tiempo y el espacio quedan así socavadas con una ironía sutil y clara a la vez. Romano es un maestro tallador e innovador formal, pero su real ingenio yace en su manipulación de un esquema tropológico complejo con una gran economía de elementos. Gran parte de su poder discursivo descansa sobre el énfasis en la segmentación y una estrategia formal paralela – el aislamiento de una parte de la figura. La segmentación hace hincapié sobre el poder de la metonimia – el tropo que gobierna la contigüidad y por el cual las características de un elemento son transferidas a otro adyacente. El aislamiento de la cabeza u otra porción de la anatomía es una función de la sinécdoque, el tropo a través del cual una parte representa el todo. Un tercer tropo que conecta diferentes facetas o niveles de significación en imágenes individuales es la hipérbole. Romano no exagera ni la escala ni otro aspecto fundamental de la imagen, sino la relación entre un concepto y su incorporación en una figura. La elasticidad, por ejemplo, como atributo del movimiento o de los músculos, es exagerada con el fin de generar una concepción lineal de la figura tan distorsionada como para rendirla como casi una grieta, una pictografía, una severa intersección de líneas. Estos tres tropos funcionan en coordinación dentro de estrategias discursivas singulares a través del poder de la ironía, el tropo que subvierte la expectación proveyendo súbitos pero esclarecedores virajes y sorpresas en una narración. Dentro de un foro puramente visual, la ironía subvierte el contexto y la expectación. La ironía también rige el sarcasmo y otros instrumentos que permiten que los significados superficiales (i. e. literales o inmediatos) del lenguaje o de una imagen visual sean suspendidos para que otro significado – usualmente el opuesto – logre ser comunicado. Hay una ausencia llamativa en el esquema tropológico de Romano, la metáfora, la cual hace si acaso raras apariciones. La metáfora es el tropo que une elementos, o substituye uno por otro, a través de la semejanza. Es el tropo favorito de los artistas de la analogía, y cuando tiene alguna función en el universo de Romano es en una órbita distante de la imagen, y entonces como la fuerza que vincula esa imagen a un concepto o a una idea filosófica. Hay un elemento cómico mordaz en estas figuras. En términos tonales ésta es la impresión de mayor inmediatez y la que nos conduce a la obra en general. Pero el ajedrez de este humor se abre en una especie de inocencia docta acerca de la vida humana y el vértigo que resulta de la incapacidad de reconciliar esperanzas y realidades. El que Romano encuentre en estas ironías implacables un pretexto para la creación de imágenes de belleza formal es lo que transforma y complica nuestra recepción de ellas. En una de las esculturas la cabeza está invertida, convertida en la gota de una forma, y suspendida desde un disco. “Punching ball” logra sugerir mas que el símbolo de nuestra identidad – la cara y la cabeza – es el blanco de agresiones preparativas. Que lo que nos identifica es lo que nos hace blanco y objeto de meras prácticas, como si las erosiones de la vida cotidiana fueran una simple fase en el entrenamiento para el combate. ¿Pero, con qué o quién luchamos? Con nosotros mismos quizás, o con la misma noción del ser. De todos modos, el combate ritual (e. g. El boxeo o cualquier deporte) nos apunta hacia una especie de purificación de propósito, cuerpo, fuerza, violencia. El disco desde el cual cuelga la cabeza, como lágrima, se convierte en un halo cruel. El círculo, con todo su bagaje de trascendencia, nos hace recordar que el concepto no es un plano al cual subimos por vía del sacrificio, la idea, o la esperanza. En cambio, el concepto es una construcción desde la cual el borroso frenesí de la vida, como una pelota abatida, cuelga con función incierta y propósito dudoso. Como todo humorista exitoso, Romano nos hace ver con sencillez quirúrgica, y con una absoluta cordura de medios técnicos y formales, aquello que ya sabíamos pero que no sabíamos que sabíamos. Los placeres de la identidad segura son el blanco de su humor. Nuestro retrato colectivo es el “Gusano.” Uno de sus segmentos, solo gracias a su posición, se convierte en cara y por ende, identificable – el propio icono de la identidad. Sin embargo, los gusanos del mundo real son escaleras vivientes, segmentos sementados de una pauta que come, anda, y quizás se transforme en una fragilidad lúcida, esa belleza traicionera con alas y todo.

 

Texto del catálogo de la muestra “Esculturas” en Galería Der Brücke Buenos Aires, Agosto 1995

TULIO ROMANO: LA FUERZA DEL HACER

por Edward Shaw

Tulio Romano celebra una visión olímpica de la vida. Evoca en su obra el glorioso espíritu del gladiador, la proeza del boxeador, las hazañas de un ágil acróbata. Logra imprimir su mensaje con sorprendente ductilidad plástica sobre el tronco de un árbol de madera dura. Romano va mas allá del mero tributo; sus personajes aunque tallados con mas ángulos que curvas, encarnan la ternura mas que la omnipotencia. Impregna su obra con gajos de humor que remiten, sin dependencias, a los “comics”. Patina sus figuras con inesperadas manchas de color. Humaniza situaciones y personajes que el público está acostumbrado a endiosar. Su irreverencia llega al punto justo; despierta primero el asombro y luego la admiración. Esculpe como uno de sus acróbatas ejecuta sus proezas, clavado sobre el filo cuando aplica cada golpe de martillo, cada corte del cincel. Logra intensificar la sensación de tensión y perpetuar una situación de efímero equilibrio en una obra que a la vez impacta e invita al espectador a alegrarse. La primera figura de Romano que entró en mi casa fue un boxeador. No era precisamente un personaje afín a la mayoría de sus compañeros, aunque comparta mi estudio con un guerrero Mochica,un corpulento bronce chino cubierto con armadura, y una acuarela de Tatato Benedit de una pelea de box, ampliado de un dibujo coloreado de su hijo Tommy. La gente siempre comentaba que nuestra colección emanaba una cierta onda agresiva, pero nosotros nunca lo vivimos así. Una prolongada convivencia prueba la durabilidad de las relaciones. si el diálogo sigue después de varias temporadas de contacto diario, un grado alentador de compatibilidad se ha establecido. Para mi el boxeador de Tulio con su boca amarilla y su brazo derecho – con su puño en forma de cubo verde – extendido para ejecutar el golpe de gracia, me hace revivir mis noches de niño cuando escuchaba en la radio a escondidas a Sugar Ray Robinson bailando e hinchando hasta que, enloquecidos sus contrarios de pura frustración, entregaban sus mandíbulas al colorido campeón, o siguiendo los puñetazos de Joe Louis a otro abultado aspirante para la corona mundial de los pesos pesados. Como todo eso ocurrió antes de la era de la TV y el auge de Rocky I, II y III, nunca había visto una pelea, aunque conocía los pesos y loa pasos de todos los campeones. Tener uno de ellos en casa, en la forma del boxeador de Tulio, era recuperar un fragmento perdido de una juventud suburbana, donde uno vivía de vicario la vida de la gran ciudad. M relación con el boxeo, sin embargo, tuvo su momento de gloria una década mas tarde cuando, de recluta en el ejército norteamericano y por haber ganado el concurso de mejor alumno, me asignaron com premio hacer las camas del equipo olímpico de box que entrenaba en Fort Dix aquel verano. Semana tras semana estiraba las sábanas arrugadas y sudadas de Cassius Marcellus Clay. El pasó a ser el indómito Muhammed Alí y yo el feliz propietario de un boxeador de madera dura de Tulio Romano. Es sorprendente la gama de placeres que puede proveer una obra de arte cuando el cariño y la imaginación entran en relación. La obra de Tulio siempre asombra y muchas veces provoca la sonrisa. Estos son los compañeros que uno busca para las marchas largas; aliados que alimentan, presencias que nutren al espíritu inquieto. Romano nos hace reevaluar nuestros postulados sobre el arte actual. Su propósito todavía es serio; no hay concesiones a la levedad del posmodernismo. Parte de la premisa de su vecino de Villa Allende, Antonio Seguí: que un toque de humor bien aplicado puede ser altamente tonificante para la obra de arte. Concurren también en que la creación debe ser una celebración de la vida, aunque a la vez se pueda denunciar alguna de las flaquezas de las sociedades que tratan de vivirla. Cuando miro una obra de Romano siempre me sorprende que alguien a esta altura haya podido darle otra vuelta a la madera. En su forma tan personal, se acerca a los trazos de la caricatura, sin perder los rastros de la universalidad. La esencia de una monumentalidad salva la obra del riesgo de lo banal. En su obra, talla el esfuerzo en sus distintas posturas. Su elemento es la madera y transmite ese tributo al esfuerzo por su tratamiento de las vetas en las mas diversas posibilidades: la recta, la curva, el círculo. Cuando Romano termina una obra, su mira ya está puesta en comenzar otra. es un sucesivo encadenamiento de escultura tras escultura, como que tiene que tomar esa materia que es tosca, silenciosa y dura – a veces es tan dura que parece una piedra – y transformarla. Sus hachazos son certeros aunque no siempre correctos, por que no importa el pulido del objeto, sino el poder atravesarlo. Por eso hay una voluntad. En esta obra está la voluntad de la superación, de no quedarse con la materia sin trabajar, como una masa informe, sino aunque sea a hachazos y bruscos cortes con gubias y formones, modificarla, agregándole un nuevo significado. Va consistentemente dándole forma a aquella masa que atravesó. En todas sus esculturas Romano habla del hombre, de su imposibilidad de concretar su meta como él quiere. Habla de su búsqueda de lograr un resultado en su acción. Busca imponer una cierta flexibilidad en lo que consigue hacer por si, teniendo en cuenta que en el esfuerzo encuentra el núcleo de la dinámica que le da vida, como, por ejemplo, a su escultura Destreza. En esta obra, el hombre se curva hacia atrás para recoger lo que se ha dado: la pelota en sus manos – o el símbolo del principio de la vida – . Podríamos decir también viéndolo con los ojos del hacer que es u atleta en una posición esforzada. Es, sin embargo, elástico en busca de su balón. Entonces su título es preciso: Destreza. Para mis ojos no tan académicos, habla del hombre que se vuelve para atrás. Entonces hay dos secuencias. Una acción concreta y real a primera vista, luego, la que conoce y percibe aquello que va mas allá de aquella acción concreta, la que hace los movimientos que sobrepasan la comprensión racional y que entran al mundo de los cuerpos sutiles. Luego hay un cuerpo físico concreto de un hombre dado vuelta hacia atrás con una pelota, dispuesto a enderezarse y lanzarla. A su vez el otro cuerpo – aquel cuerpo sutil – es la lectura de otra posibilidad. Y esta segunda posibilidad, esto que hace un artista cuando trabaja en su obra, transmite a aquel que quiere apreciarla, otra realidad, otra percepción. El segundo personaje de Tulio que entró en casa era mas predecible: una apetitosa joven con pátina de bronceado bajo un sol tropical, su corazón atravesado por una gruesa asta de flecha, sobresaliente como el mítico arpón que hería a Moby Dick. El asta seguía en manos de un diabólico cupido sin ninguna gana de soltar su presa. Establecí un “rapport” instantáneo con esta figura y paso las horas en una especie de “reverie” ante ella, confuabulando fantasías e imaginando como será la culminación de esta dramática confrontación en madera dura con el mensajero del amor maniático. La obra es genial. La talla capta a la mujer en todo su esplendor. Romano logra con rectas lo que los mas burdos de su gremio crean con curvas. La cara está marcada con una expresión entre complacida y sorprendida. El pequeño cupido, alas extendidas como un colibrí posado encima de una flor rebasando su néctar, parece simbolizar el lado infernal del amor, su agridulce dolor, su agobiante placer. Si el boxeador de Tulio me conecta con mi juventud, la víctima de cupido refresca una actitud romántica que me ha acompañado de una vida de aventuras de una mujer multidimensional. ¿Cómo podríamos hablar de escultura y, entonces, de Tulio Romano como escultor a esta altura? Diría que Romano es un joven empedernido y audaz, que comenzó a tallar la madera, el quebracho, cedro, el palo santo, el algarrobo, con una simple hacha hace diez años. El enfrenta al tronco, no como un árbol, sino como una materia dura que debe abrirse para extraer de ella su sustancia interna. este joven cordobés de Villa Allende tenía 24 años cuando empezó a presentarse en su espacio creador. Sus tallas son simples, directas: un trapecista, una gimnasta, un boxeador. A primera vista hasta pueden parecer toscas. Sin embargo, cuando un toque de color acentúa una boca, zapatos, ojos, o calzoncillos, es el toque de refinamiento, por que el color da un pulso a la obra de Romano. El color también es directo – azul, verde, rojo, amarillo, negro -, como que Romano no busca agradar. La última obra de Tulio que se instaló en casa es la mas insólita. Tal vez es la extensión lógica de la escultura de cupido y su dulce presa. Se trata de la cabezota de un hombre con su lengua pintada de rojo, en llamas que se prolonga unos dos metros de su cavernosa boca. Este extraño señor lanzallamas es eternamente inquietante, una suprema “conversation piece” (pretexto para una conversación) como dijo algún inglés de paso por los pasillos de mi casa. Dado su tamaño y tema, no cabe en ningún espacio íntimo. Ocupa un lugar como protector de la puerta, donde reemplaza una serie de feroces felinos orientales de otros siglos, tallados con lenguas extendidas, también en madera que, cansados de tales responsabilidades buscaron refugio en lugares menos expuestos. Cada uno que llega a casa aporta una nueva interpretación al ver esta larga lengua roja que interrumpe su visión. Es una pieza de arte que no pasa inadvertida. Hay quienes opinan que es una prueba de que Córdoba arde, o que es solo una solución formal del tiempo y del espacio, o como dice María, que representa el Verbo en acción. En todo caso, nadie deja de darse cuenta que ha cruzado la línea de fuego de una inesperada obra de arte. Romano no es un artista que piensa por demás; prefiere trabajar, tallar y dejar a las soluciones ir apareciendo en el vaivén con la materia. La suya es una activa relación con la madera, donde entran todas las actitudes de un padre: el amor, el dominio, el cuidado, la paciencia y la lucha. Tulio Romano hace lo que tiene que hacer por que sabe lo que tiene que hacer: una obra, otra obra, y otra obra. Porque un artista es aquel que, abocado a su tarea, hace y hace y hace, con la tenacidad del atravesar la dureza para extraer la savia y así comunicar vida.

 

Texto del catálogo de la muestra “Seis en el centro” Córdoba, Octubre 1994

por Miguel Briante

Tulio Romano prefiere reflexionar, casi literalmente, sobre los equilibrios precarios. Sus esculturas-que, desde el mismo material, esa madera liviana, subraya cierta condición azaroso efímera de la vida en general, la vana pretensión de la estatuaria de culto-parecen siempre situaciones peligrosas con una exasperante apariencia de normalidad, Si se la mira bien, la cara del “Gimnasta”, ese que cuelga de las anillas, muestra que el hombre está por lo menos asustado. O se pregunta: “¿qué carajo hago yo acá?”, mientras el peso de sus piernas lo arrastra hacia un abismo que solo él ve. El título, en este caso no alude a la “composición” sino al propio protagonista de esa narración fija, inalterable, donde es lo mismo el principio que el final. Romano crea, así, una sencilla instalación de viaje: esté donde esté, el “Gimnasta” modificará su entorno. En otros casos el título marca la situación. En “Elongación”, el hombrecito tiene toda la pinta del triunfador del mañana, de un operador del mundo y sus alrededores en el momento de largar, con fe, su primera carrera. En cambio en “Flexiones” predomina el agobio: ese hombre ha ido hasta el gimnasio, se ha sacado la ropa de calle, se ha puesto los pantaloncitos y el resto del equipo y, siguiendo una regla fija está, ahí, agachado, tal vez sin saber muy bien para qué, o interrogándose-otra vez-sobre la posibilidad de haberse convertido en un tarado.

 

Texto del catálogo de la Muestra en la Fundación San Telmo Junio/Julio 1992

por Edward Shaw


Tulio Romano entiende que dentro de lo simple se halla la semilla para alcanzar la trascendencia. En figuras aparentemente rústicas logra exaltar el vigor del hombre. busca expresar el interior de su ser, afirmándolo desde su condición humana y cotidiana. Su tratamiento de la madera – sin concesiones a los mal interpretados cánones de la escultura clásica – impregna su obra con la savia de su propia búsqueda para ubicar el hombre en el cosmos. Sus temas no son polémicos. En vez de estereotipar sus esculturas en actitudes académicas, impregna sus tallas con pura fuerza vital, atenuada con candor y humor, dos cualidades difíciles de transmitir en madera. Ya con tan pocos años de oficio ha logrado encontrar una imagen totalmente personal. Vive apartado de los circuitos metropolitanos del arte, trabajando en su modesto taller al ritmo que su propia vocación le impone. Romano retrata al boxeador, al hombre de la calle, al deportista, temas raras veces tocados en el mundo estricto de la escultura de salón. Tiene los dones técnicos para poder permitirse emplear la libertad de expresión que aflora en él. Sus geniales personajes nos llegan con cuerpo y alma intactos, sin perderse la vitalidad en la transformación de los troncos de capacho y algarrobo. Celebra la madera en obras que recrean el espíritu de los árboles de la vida. La escultura ha perdido vigencia en las últimas décadas por no poder renovar su lenguaje visual. Romano rescata antigua tradición  tan noble de expresar la forma humana en tudas sus dimensiones visibles, hasta conseguir la materialización de sus fuerzas interiores. Son pocos con la capacidad de devolver la vida a un árbol tronchado.

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